noviembre 19, 2006

El Caminante Sabio

Cuenta la leyenda que en unos lejanos parajes vivía una humilde familia, a duras penas sobreviviendo, prácticamente aislados del mundo.
Un día acertó a pasar un caminante, ya con pocas fuerzas, que llamó a la puerta con la esperanza de abrigo y algo de comer. Fue muy bien recibido por esta familia que aplacó sus austeras necesidades.

-Veo que tenéis una niña pequeña que está enferma - observó el caminante.
-Si es cierto, lleva mucho tiempo así, pero es que somos muy pobres y no tenemos dinero para llevarla a un buen médico. Ya ve, vestimos andrajos, apenas tenemos para comer… - contestó lastimeramente el hombre.
-Permitidme la pregunta, pero ¿de qué vivís?
-Pues prácticamente de esa vaca – dijo la mujer echando una mirada por la ventana.
-La ordeñamos, parte de la leche la tomamos nosotros y el resto la vendemos o la canjeamos en el pueblo por algunas pocas cosas, pero todo va cada vez peor.
-¿Y ellos? – preguntó el caminante señalando a dos muchachos que estaban junto al fuego.
-Ellos también ayudan a ordeñar la vaca y van al pueblo de vez en cuando.

La conversación siguió poco más, el caminante, cansado, pronto se quedó dormido.
A la mañana siguiente, temprano, se despidió de la mujer, que era la única levantada a esa hora, le agradeció su hospitalidad y partió rumbo a no se sabe dónde.

Pasó el tiempo, y otra vez aquel caminante pasó por el lugar. La cabaña desvencijada había dado paso a una casa mucho mejor, humilde pero cuidada. Donde sólo había habido maleza ahora había un bonito jardín que atravesó en dirección a la puerta.
Primero se quedaron extrañados, luego le reconocieron, le hicieron pasar y le ofrecieron buen vino y buen pan. Los muchachos se acercaron a saludarle junto con la niña. Todos tenían muy buen aspecto, sanos y con ropas decentes y limpias.

-Le recuerdo bien – decía el hombre - porque el día que usted se fue ocurrió algo que cambió nuestras vidas. A media mañana, cuando nos levantamos a ordeñar la vaca, no la encontramos. La buscamos durante horas, finalmente uno de mis hijos la encontró muerta, ¡al parecer se había despeñado por el barranco!
-Nuestra desesperación fue enorme Los muchachos se levantaban temprano e iban al pueblo en busca de trabajo que finalmente encontraron y bastante bueno por cierto. Yo mismo fui a trabajar al campo de un vecino del que ahora soy socio, ya tenemos doce vacas, hacemos quesos y tenemos cultivos. Mi mujer desarrolló su habilidad innata para tejer y vende hermosas bufandas y guantes…
-Ahora me doy cuenta que la necesidad hizo que aguzáramos el ingenio, sacudió nuestra pereza y logró lo que usted ve ahora, una vida mejor para todos.
-Me alegro, me alegro mucho – dijo con una leve sonrisa el caminante mientras recordaba cuanto le había costado aquella mañana lejana llevar a la vaca hasta el barranco y no sin pena darle un último empujón.

Hasta aquí la historia, ahora la reflexión ¿qué hay de nuestra empresa? ¿nos conformamos con la vaca atada? o… ¿arriesgamos un poco por algo mejor?
Reaccionemos a tiempo, no siempre hay un caminante sabio que pase cerca.

Para pensar.
Hasta pronto