agosto 14, 2006

Negocios turbios

Hace un par de veranos se me ocurrió escribir para un concurso de cuentos del periódico Ideal de Granada. Nunca había escrito algo que no fuera relativo a mi trabajo o profesión. ¡Sorpresa! Un día domingo, tan tranquilo abro el Ideal y... ¡allí estaba mi cuento!
En este agosto mis amigos del hemisferio norte están de vacaciones, yo a medias y los del sur trabajando. Va para todos este pequeño cuento.



- No creo que debamos hacerlo.
- ¡Qué sí! - contestaba el otro.
No conocía a ninguno de los dos pero me llamaron la atención. Era una tarde de calor, agosto no perdona en Granada, iba subiendo la cuesta de la calle… (bueno, no recuerdo, son tantos nombres que en sólo dos años que llevo aquí … ), allí estaban, tan absortos en lo suyo, tan concentrados. La pared blanca sobre la que se apoyaban, apenas cubiertos por una pequeña sombra, no era el límite de su calle, ni siquiera de una casa, su mundo estaba más allá, sin fronteras, se les notaba en la cara. Sin embargo formaban parte del paisaje, casi diría que eran indispensables para entenderlo, para completarlo, para darle vida en esa tarde desierta.
- Atrévete, ya verás que no pasa nada.
- No lo sé… - dudaba el más alto.
Luego alzó la vista sobre la tapia de enfrente mientras el más bajo, que parecía haber dicho lo que tenía que decir, le clavó los ojos por un instante, como esperando de su compañero algo más que esa respuesta.
Vino un largo silencio que ninguno de los dos intentó llenar. Eso me hizo pensar que eran amigos de siempre.
- Vale, ¿por cuánto lo harías? ¿Por el doble?
- Venga, insistió, que si no lo haces …
La frase sin terminar había sonado amenazante, pero no noté ninguna reacción de temor en la supuesta víctima, es más, se encogió de hombros.
El más bajo, se dio media vuelta y comenzó a caminar calle arriba. Unos instantes después el otro le seguía.
¿Qué hago aquí? – me pregunté. Es una tontería, pero estoy atrapado, no puedo irme sin saber de que se trata y como termina esto. ¿Y si se dan cuenta que los observo? No puedo estar aquí toda la tarde haciéndome el tonto.
Pensándolo ahora, mientras escribo, me doy cuenta que no me quedé por curiosidad, sólo fue una excusa. En realidad me retenía un impulso con gusto a recuerdos. Seguro que había pasado por eso, que a mí también me había ocurrido. Otro país, otro verano, pero la misma imagen.
Lo alcanzó y caminaron juntos otro trecho, luego se detuvieron y comenzaron a hablar.
No podía escuchar lo que decían pero eran frases cortas, como había sido hasta ahora toda su conversación, mientras miraban al suelo jugando a patear con desdén alguna piedrecilla o algo así.
Por un momento pensé que ahí terminaba la historia. Ellos en lo suyo y yo volviendo a la soledad de mi apartamento a refrescarme, luego tal vez a leer algo. Pero de pronto echaron a correr calle abajo, en mi dirección. Di un respingo y torpemente me hice el distraído, pero mirándoles con el rabillo del ojo, sin perderles pisada. Parte de mí me empujaba a irme y la otra a permanecer hasta el final. De lo que sí estaba seguro era que quería seguir de espectador, sin involucrarme, sin ser parte de nada, ni siquiera de esa tarde ese momento ni ese lugar. Pero venían directo hacia mí. Yo seguí mirando hacia cualquier lado, en suspenso, sólo esperando.
Me esquivaron mecánicamente, como si fuera un objeto más de la calle, y fueron a donde los había encontrado por primera vez. Ahora los dos miraban con atención hacia la tapia de enfrente. ¡Ahí tenía que estar el secreto!
- Vale, lo hago pero por lo que me prometiste ¡eh!
- Vale, pero date prisa, ya sabes que en un momento nos tendremos que ir.
El más alto se acercó a la tapia, la examinó un instante y empezó a treparla metiendo los pies y los dedos por los huecos que dejaban las piedras entre sí, torpe y lentamente. Al fin llegó hasta lo alto, entre las ramas de la higuera, entonces se dio media vuelta para mirar a su compañero con cara de triunfo.
- Los bolsillos a reventar de higos, ¿vale? – le grito el de abajo tratando de apagar la voz para no ser descubiertos.
Me dirigí hacia ellos, le pase la mano por la cabeza al chaval que esperaba el preciado botín y le dije:
- Gracias por haberme dejado jugar un rato con vosotros.
Me miraron sin entender.
Ahora ya me iría tranquilo, riendo, a mi apartamento. No estaría tan solo, llevaba la memoria de otros hermosos buenos tiempos.


Copyright Luis Roldán González de las Cuevas